domingo, 8 de enero de 2012

De cómo un recuerdo escuece y alivia

Su cuerpo frágil a penas era visible a través de aquella pecera de vidrio y cables.
La miraba y sonreía, con sus ojos llenos de lágrimas. Vivas lágrimas sedientas de vida y libertad. Tras aquellas gafas rectangulares podía distinguir una clara y pesarosa despedida.
Mi cuerpo, inmóvil, la veía desvanecerse en la soledad del hospital, tan grande y tan frágil.
Añoro su risa y su voz a veces llena de rabia y otras de cariño.Su recuerdo permanece grabado a fuego en mi latente corazón.

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